
Dentro, la Punta Juárez es un hervidero. El reggaetón retumba y cientos de chicos bailan de un lado a otro en grupos, con vasos de bebidas de fantasía en la mano. No se ve copete. Todos se balancean de aquí para allá en la pista oscura, como si fueran las 12 de la noche, y cuando quedan frente a alguien del sexo opuesto, se susurran cosas al oído y se ríen.–¿Ponceas?, le pregunta un pokemón a la desconocida que tiene al frente. Ambos se besan, se abrazan, se vuelven a besar. Se intercambian direcciones de fotolog y teléfonos que anotan en sus celulares y siguen atracando. Eso es lo que en la jerga se llama poncear: pinchar con uno o varios. “Todos vienen a los carretes a poncear. En general poncean con dos, tres o cuatro personas. Las mujeres también. Las que poncean harto y no están ni ahí con nada son las pelás”, explica Miguel (16), con una bebida energética en mano.Los Poncios Core, un grupo de amigos de Puente Alto y La Florida, clientes frecuentes de carretes a plena luz del día, explican el significado del nombre que los identifica: “Poncio es un cabro que se come hartas minas. Nosotros somos los reyes del ponceo. Hacemos concursos de cuántas minas nos ponceamos y, una vez, dos empatamos con 27 minas en una sola fiesta. Igual hay minas poncias: locas que ponen en su fotolog el aviso de que sus papás no están para que vayan a verlas”, dicen en el patio de comidas del mall Florida Center.En el escenario de la Punta Juárez, Karol Dance, animador estrella de fiestas pokemonas, pregunta micrófono en mano: “¿Adónde están los más poncios?”. “¡Acáaaaa!”, gritan desde todos lados, aleteando con las manos. Tres chicos dirigidos por Karol les lanzan jugos Eskimo, de esos que vienen en tubos de plástico que se congelan, y pulseras fluorescentes. La masa de pokemones se pega codazos, empujones y salta en el aire para agarrar un regalo volador. Karol Dance se acerca a una tarima donde Josefina (16), alias PomPom, baila con una minifalda verde con basta de tul negro. Desde la pista los pokemones tratan de subirle la falda, le sacan fotos con sus celulares, le tiran monedas al escenario y le gritan: ¡A-se-si-na! ¡A-se-si- na! Jowell y Randy no llegan a la Punta Juárez, pero los pokemones no arrugan y siguen perreando hasta las ocho de la tarde. Sale la masa y varios padres esperan a sus hijos, el grueso de 16 años, transpirados y el olor a pucho en la ropa, para llevarlos de regreso a casa.Pero el primer fin de semana de febrero no sólo hubo pulseras y jugos Esquimo de premio. Esa vez, en la discoteque Lola Lola, de La Florida, Karol Dance preguntó: “Por una alisadora de pelo y una gold cam, ¿hay chicas que se atrevan?”. Las niñas aletearon desde todos lados, pero sólo cinco fueron elegidas para subir a la tarima para bailar delante de todos y optar a uno de los premios. El público decidiría. Cuando quedaban sólo dos, una rubia y una morena que no pasaban de los 16 años, el tono del concurso giró radicalmente. “Una de ellas se bajó el pantalón y quedó en hot pants. La otra hizo lo mismo, pero ella andaba con traje de baño. El público estaba prendido. Gritaban: ¡Teta!, ¡teta!. Las dos se desabrocharon el sostén y levantaron las manos. La más aplaudida, que era la voluptuosa, ganó”, recuerda Karol, que en realidad es Karol Lucero, 19 años, estudiante de Derecho de la Universidad Bernardo O’Higgins.El problema fue que, en medio del público, un fotógrafo del diario La Cuarta tomaba fotos. Al día siguiente las imágenes en los medios de las niñas en topless dejó la grande y se inició un proceso en contra de los administradores del Lola Lola por utilización de menores. La discoteque pasó varios meses cerrada por orden de la municipalidad, pero una vez que se estableció que las adolescentes se habían empiluchado por su propia voluntad, reabrió sus puertas.“Una semana antes de que tomaran las fotos en el Lola, hubo un concurso parecido. Dos niñas se sacaron los sostenes, se bajaron los pantalones y así se dieron vuelta por el escenario. Después subieron a dos niños para que se besaran con ellas. Las manosearon enteras en el suelo. Las mujeres les gritaban que eran pelás y los hombres aplaudían como locos”, cuenta Jennifer. Josefina también ha visto chicas semipiluchas arriba del escenario. “A veces es con chupada de pechugas y todo”, afirma. Andrés, del grupo de los Poncios Core, ha participado en cosas parecidas en el Lola Lola. “A una mina en sostenes y calzones le pusieron ají en el cuerpo. A mí me hicieron sacárselo con la boca. Así son los concursos: las minas bailan, hacen un show sexy y suben a un cabro para que les baile”.
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